lunes, 18 de marzo de 2013

En busca de la nieve.

El día anterior no había dejado muy buenas perspectivas, parecía que la lluvia iba a continuar acompañándonos durante este domingo.  Un vistazo rápido por la ventana metió la gran duda en mi cuerpo ¿salir o no salir? That’s the question. Desde luego no lucía el sol, al contrario, la mañana era gris, pero tampoco la incómoda lluvia hacia acto de presencia, a lo lejos incluso se vislumbraban unos claros prometedores. Una consulta al Whatsapp y ya se empieza a ver movimiento en el grupo. Algunos confirman su intención de acudir a Pelayo o la Guía. Seve (muy madrugador últimamente) nos da los buenos días y nos envía buenos deseos, hoy no podrá acudir (ese es el motivo de esta sosa crónica de hoy, falta el cronista principal).
En Pelayo Turonman, Piragües, Pedro Tx con su rueda ya reparada, su sobrino Dani, Peter Stone y servidor (aunque servir, lo que se dice servir, no sirvo pa mucho). Margen de espera prudencial por si algún rezagado aparece y sin más nos encaminamos hacia La Guía conversando sobre cuadros de carbono Made In China (creo que alguna crónica nos tiene preparada Turonman al respecto). Breve parada, pues nadie había acudido a ese punto, y seguimos hacia Tragamón donde nos esperaba Janjun, fuerzas de causa mayor le hacían cambiar las nieves de Baqueira por las de los montes cercanos a Gijón, porque ese era nuestro destino hoy. 
La nieve que todavía blanqueaba la cima del Fario fue una atracción irresistible. Algunos ya nos habíamos acercado en solitario en su búsqueda en jornadas anteriores, esta vez lo hacíamos en grupo.


Por el sendero de Peñafrancia hasta Deva y por el Pedroco, pasando por encima de los túneles de la A-8, hasta la carretera del Infanzón a Peón. Allí, por sorpresa, se nos unió Kike. Seguimos hacia las áreas recreativas.
Peter Stone nos abandonó antes de llegar a ellas, deberes conyugales, tenía que hacer una asistencia mecánica de emergencia (no penséis mal. Daisy y su amiga Jenny también habían salido con la bici por otro lado y tenían algún problema mecánico).

 Por cierto, subiendo por donde el cementerio, Peter me dejó su bici. En ese momento se me desmontó la teoría esa que dice que es el indio y no la flecha y en la que creía a pies juntillas. De repente me encontraba en una parte del pelotón a la que no estoy muy acostumbrado, incluso con un puntín de reserva si hubiera sido necesario. Sin embargo, es verdad que esas sensaciones suelen ser efímeras y cada uno vuelve a su lugar dándole de nuevo validez a la mencionada teoría.

Cruzamos todo el Monte Deva y descendimos en dirección al lavadero de Rioseco de Baldornón. Primer susto de la mañana. Por suerte no bajábamos muy rápido entretenidos en amenas conversaciones. Un brusco e inesperado frenazo de Kike nos deja a todos extrañados. Pronto queda claro el motivo. Un cable atravesado de un lado al otro del camino, justo a la altura del cuello. Kike iba el primero y dio con él. No estaba muy tenso y bajábamos sin prisa. Lo que podía haber sido una desgracia solo fue un susto sin consecuencias. Desconocemos si fue algo intencionado o una mala casualidad. Prefiero pensar esto último.
Una corta parada donde el lavadero y encaramos las rampas de hormigón para ascender  hacia Cuatro Jueces. Unos metros más arriba nos desviamos a la izquierda para dejar el hormigón y subir por la pista de tierra. El agua corría abundante por el camino y empezábamos a ver los primeros retazos de nieve a los bordes del sendero.


Una vez arriba, ya casi llegando a Cuatro Jueces, sobre el camino abundantes restos de pinos dejaban constancia de las duras condiciones meteorológicas de las pasadas jornadas. Uno de ellos, de gran envergadura, cortaba totalmente nuestro paso obligándonos a echar pie a tierra y cruzar a través del bosque hasta sortear el obstáculo.

En este punto ya la nieve era abundante. Kike no pudo resistir la tentación de pisarla con sus ruedas y se tiró campo a través sin miedo alguno. Después de ese pequeño espectáculo continuamos hacia el Fario. 
La subida estaba muy pesada, el suelo muy blando por la cantidad de agua acumulada y, algunos, agradecimos la perdida de tracción que nos obligaba a echar pie a tierra para continuar caminando, aun a riesgo de empapar totalmente nuestras extremidades inferiores.
En la portilla del Fario nos encontramos con otros compañeros beteteros (Marco Paz, Alfredo, etc.) que hacían nuestra misma ruta en sentido contrario. Unos minutos de charla, con advertencia por su parte de que descendiéramos con cuidado porque el camino se encontraba plagado de ramas caídas, y de nuevo nos ponemos en marcha. El cielo empezaba a ponerse negro y la lluvia era inminente.
El agua caía con gana. El barro que despedían nuestros neumáticos acababa en nuestros rostros. Yo bajaba medio cegado por esas salpicaduras, las gafas completamente embarradas no me dejaron ver una rama traicionera que se interponía en mi trayecto. Un extremo de ella me golpeó en el pecho, por un momento me vi empalado allí mismo, pero, tal si fuese una justa medieval, me desmontó de mi cabalgadura enviándome por los aires, cayendo y haciéndome rodar por el suelo sin consecuencias (las acciones de Vendas y Betadine, S.A. están bajando algo últimamente, había que revalorizarlas) el resto de la bajada sobra decir que lo hice con algo de menos prisa.


De nuevo hacia Monte Deva para desviarnos entre los eucaliptos hacia la bajada de la Casa de la Radio. Tomamos la senda del Piles y ya nos fuimos disgregando en diferentes puntos de ella.
Para acabar la mañana, Marco y yo que veníamos por el Muro, tuvimos un pequeño incidente con un cívico ciudadano, que sentado calentito y seco en su Audi, circulaba paralelo a nosotros y  quiso recordarnos lo mal que estaba intentar pasar un semáforo en rojo metiendo el coche contra nuestro lado cortándonos el paso. Poco le faltó para llevar a Marco por delante y a mi hacerme saltar por encima de su capó. Un intercambio de “amables y educadas” palabras entre ambas partes y proseguimos camino. Reconozco aquí que no está bien faltar a las normas de circulación, también digo en nuestro descargo que no había riesgo ninguno en ese momento y menos que justificase la acción del conductor. Que fue él, sin embargo, el que puso en peligro a otras personas. No somos suicidas que pasemos los semáforos sin tomar precauciones para con nosotros y con los demás. Y, me entenderéis, empapados y muertos de frio, nuestro anhelo era una pronta ducha caliente.
Y esto fue lo que dio de sí la última mañana de domingo de este invierno.

1 comentario:

  1. jejejeje, viendo esta entretenida crónica, vamos a tener que clasificar las salidas Repechineras como "deporte de riesgo".
    voy a revisar si mi seguro de vida cubre "salidas en bici"

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