martes, 27 de agosto de 2013
domingo, 11 de agosto de 2013
TRES GORRIONES VOLANDO POR POLA DE LAVIANA
Ayer,
con motivo de las fiestas del pequeño pueblo de Migalpiri, en Pola de Laviana,
un amiguete de Lynux, nos invitó a conocer las caleyas y falsos llanos de la
zona.
Si
hubiéramos hablado con el Instituto Cartográfico, seguro que hubiéramos ganado
un dinerín, porque podríamos haber sacado fotos “aéreas” de todo el concejo.
Nunca
pensé que una ruta tan “corta”, (unos 35 Km.), podía tener tantas y tan largas
subidas.
Yo
conocía un poco la zona de mis “correrías cinegéticas”, pero el paisaje y las
sensaciones son distintas desde el asiento de un Suzuki a las que percibes
desde el asiento de la Nenina.
De
buena mañana, nos reunimos en el prado de la fiesta, que ya era bastante
“pindio” (de hecho, las cajas de sidra estaban clavadas al suelo para que no
resbalaran por la pendiente ), más de 100 amigos con ganas de deleitarnos con
la ruta que nos habían preparado.
Hay
que reconocer que la gente de la Cuenca es “especial”, y a eso de las 8 y media,
ya nos esperaban en la barraca, “desayunando” con sus cubatas reglamentarios y
sus chupitos de anís de guinda.
En
defensa de los Repechinos, tengo que resaltar, que uno de los “gorriones”,
empezó a buscar su “alpiste” habitual en forma de “cañones de cerveza”, o en su
defecto una buena “pinta de trigo” que llevarse al pico, pero ante la extraña
mirada de los que estaban tras la barra, decidió “plegar alas” y retirarse a
por unos Red Bull que daba la organización.
(Perdón
por el retraso en la crónica, pero me acaban de interrumpir unos Klandestinos
que pasaban por aquí tras una jornada de pesca, unos, y otros creo que de
limpieza de bicis, otros. Los tuve que despedir a manguerazos, porque querían
que les invitara a desayunar, y conociendo la “capacidad del buche de alguno de
estos pajarracos”, hubieran sido mi ruina.)
Bueno,
seguimos con nuestro “vuelo”.
Todo
eran risas y cachondeo entre los participantes, aunque también entre alguno de
los organizadores, que nos comentaban entre risas “ Esti añu hay un par de
rampes un poco más dures que les del añu pasau, vais tener que apretar fuerte
el culo pa subiles”.
No
sé como fue la ruta del año pasado, pero la de este año seguro que no dejó con
mal sabor de boca a nadie.
De
entrada, y para calentar, una larga y no muy pronunciada rampa, nos llevó hasta
uno de los espléndidos miradores desde los que podíamos contemplar la montaña
lavianesa.
No
había mucho desnivel, pero el plato pequeño era de uso general, y a los 20
minutos de subida, las risas y la charla, dieron paso al silencio y los
resoplidos a medida que la cuesta se hacía más y más dura cada vez.
Una
vez que llegamos a la cumbre, y el sol nos empezaba a dejar ver el paisaje
espectacular de la zona, también nos dejó ver que el monte en el que estábamos
no era el más alto, y que había que seguir “cresteando parriba” hasta la loma
siguiente.
Aquí,
Jandrín, Lynux y yo, fuimos cada uno a su ritmo, eso si, siempre peleando “de
la mitad para adelante” del pelotón.
También
hay que decir que éramos los únicos que parábamos cada poco para hacer nuestro
reportaje fotográfico.
Los
montes de la zona están repletos de pistas forestales que son la delicia de los
que nos gusta esto de la bici de montaña, tienen una pequeña pega, que siempre
son “subiendo”, no hay ninguna que baje, y como la Ley de Murphy también
funciona aquí, pues si estas en lo alto de un monte y el de al lado es más
alto, la ruta seguro que va por allí.
A
medida que pasaba la ruta, a nuestro “trío gorrioneril”, le iban cayendo
algunas plumas. Tal vez por las duras y largas subidas, tal vez por el sol
achicharrador, ¿Quién sabe?, pero seguíamos peleando como Piolín contra el Gato
Silvestre.
El
paisaje era cada vez mas impresionante, montes y montes, sin una casa a la
vista, ni ninguna carretera que te pudiera llevar hasta la civilización, está
claro que Asturias es el Paraíso Natural para disfrutar de la montaña.
Hicimos
un reagrupamiento Repechinero-fotográfico, y ya, tras una pequeña rampa de unos
“50 metros abundantes”, llegamos al primer avituallamiento.
Fruta,
bollería, y los pasteles típicos de Laviana, los Bartolos (creo que se llaman
así), líquido en abundancia, tanto en agua como en refrescos y bebidas
energéticas, tipo Red Bull, Rioja Coto y Marqués de Cáceres, hicieron que
nuestras caras cambiaran de aspecto.
Aquí
cada uno de nosotros optó por un menú diferente, uno hidratación “acuática” y
fruta, otro pasteles a “dos manos”, y otro como no había una buena
“Franciskaner” que echarse a la boca, limpió el polvo del camino con unos
buenos “quites” a la cosecha de tinto de la rioja que encontró guardada dentro
del coche de apoyo.
Ya
nos las prometíamos muy felices, y aunque los kilómetros no se movían de
nuestros relojes a la velocidad habitual, las horas pasaban bastante deprisa,
creíamos que lo peor de la ruta ya estaba superado. ¡¡¡¡Pobres ingenuos
pajarillos!!!!
Las
caras alegres tras el repostaje, duraron unos segundos, los que tardó nuestro
amigo de la organización en decirnos que lo duro empezaba ahora.
El
sol no nos daba tregua, y la brisa era algo que se agradecía al llegar a lo
alto de algún monte, pero de lo que podíamos disfrutar solo unos segundos,
porque enseguida tocaba volver a subir por la parte resguardada del siguiente
monte.
Los
gorriones iban dejando cada vez más plumaje enganchado en la abundante
vegetación de la zona, y sus pequeños Kinder ya estaban llegando a su punto de
cocción. Tras una larga subida, llegaba alguna pequeña bajada que apenas duraba
un par de minutos, que se agradecían enormemente, porque además tocaban entre
la densa vegetación y el calor amainaba un poco.
En
la segunda parte de nuestra odisea, empezaron a aparecer las zonas no
ciclables, tanto en subidas como en bajadas. Por suerte, todas ellas eran a la
sombra, y el porteo de nuestras bicis no parecía tan duro. Solo lo parecía.
En
uno de los reagrupamientos “gorrioneriles”, Lynux nos desapareció del plan de
vuelo, y por mas que esperábamos, no llegaba. Tras esperar más de 15 minutos y
ver pasar a infinidad de corredores, llegó uno de la organización y nos dijo
que nosotros éramos los últimos. ¡¡¡¡¿¿¿ Los últimos ¿???!!!!, no dábamos
crédito, la explicación era que habían cortado a los que no habían llegado a un
punto de la ruta a la hora prevista, para no alargar mucho la hora de llegada
al final de ruta.
Tras
uno de los porteos y subiendo una zona hormigonada en la que casi no nos
teníamos en pié con los zapatos de las bicis, llegamos al segundo
avituallamiento.
Uno
de los pueblos de la zona nos esperaba con más comida y bebida para recuperar
fuerzas.
Aquí,
nos dieron tres opciones.
- Quien estuviera muy cascado, podía bajar por carretera hasta el lugar de salida.
- Opción intermedia, ruta que duraría una hora y media, “apretando bien el culo”, porque las rampas que quedaban eran importantes. El pueblo quedaba en mitad de un monte y nos señalaban la cumbre como el lugar por el que teníamos que pasar sin falta.
- Opción dura. Era la idea original, 10 kilómetros para meta, pero de los que 8 eran de los de ir besando el manillar y sentados en la pica del sillín. El tiempo “dos horas abundantes” yendo rápido.
La
opción 1, no sé si la cogió alguien. La 2, fue la elegida por mí, porque los
kinder de este pobre pajarillo estaban en juego si no llegaba al restaurante
donde habíamos reservado la comida familiar.
Jandrín
y Lynux, optaron por la tercera alternativa ya que tenían el bono de libertad
valedero para todo el día.
De
la ruta que a mí me tocó, poco que contar, casi no veía el paisaje, solo veía
la rueda delantera de la Nenina girar y encima muy despacio.
Las
subidas se sucedían, ¡¡¡¡Menos mal que esta es la ruta intermedia ¡!! Decíamos
los que íbamos por aquí. El plato pequeño era algo obligatorio para no marcarse
ningún Andariego, y el grupo enseguida se estiró hasta formar pequeños
mini-grupos de 2 integrantes.
A
una subida larga, le sucedía una corta, y luego un descenso de 1 minuto y otra
vez a por la sesión de nuevas, polvorientas y duras rampas bajo un sol que
achicharraba.
Este
pobre gorrioncillo, ya llegó casi sin plumaje, más parecía un pollo asado
girando encima de la bici para coger buen color.. Poco quedaba del alegre
pajarillo que inició la ruta por la mañana.
Al
final de una de las duras rampas, me pareció ver un Repechín pasar, creí que el
sol me había reblandecido el cerebro y estaba alucinando, así que seguí retorciéndome
encima del manillar y a mi ritmo seguí peleándome como gato panza arriba con
las jodidas rampas.
En
un momento quedé solo y me sentí bastante bien, subía, “jodido pero contento” no
notaba el cansancio y estaba alcanzando a unos
que me precedían. Debí entrar en otro “estado mental”, no tenía mucho
calor y veía flores flotar a mi alrededor y hasta me recuerdo una sonrisa
subiendo una cuesta y pensando….”venga, que aquel que va allí es asequible”, y
lo bueno es ¡¡¡ que lo alcanzaba y lo dejaba atrás ¡!!! Me pellizqué ante la
posibilidad de estar en un sueño , pero no, ¡¡¡eso era real ¡!!!
En alguno de los descensos, la Nenina me salvó
de ir a visitar al dentista y aunque hice algún andariegu bajando, me iba
encontrando mejor.
Por
fin, empezamos un descenso largo, atravesamos un par de pueblos y hasta pisamos
algo de asfalto, y enseguida, en un claro del bosque, pude distinguir, eso si,
a lo lejos, el prado de la fiesta donde empezamos a pedalear.
Más
o menos fuimos llaneando y hasta bajando hasta que cruzamos la carretera
general y enseguida, tras una pequeña subidina, estábamos de nuevo en la
salida.
Lo
que me extrañó mucho, fue que había muchos ciclistas, guardando las bicis y
lavándose, cada uno como podía, hasta en el río. Yo creí que había apretado el
ritmo, y relativamente no me habían adelantado muchos de los de mi grupo, a lo
sumo 3 ó 4, y al ver a tantos aquí, no entendía nada. Mi moral se vino abajo,
yo apretando y llegaron por lo menos 50 delante de mí, ¡¡¡ Vaya mierda, no
valgo para nada ¡!!
La
explicación apareció al llegar al prado de la fiesta, allí estaban todos los
integrantes de la ruta, y entre ellos los otros dos Repechi-gorriones.
Los
organizadores, viendo que la ruta se estaba alargando mucho, decidieron acortar
la ruta más larga, por lo que al final llegaron antes que los de la ruta
intermedia.
Después,
aunque no hubo masaje como al final de la ruta por Somiedo, el baño en el río
nos vino como el mejor de los regalos.
Nadie
se quejaba de si el agua estaba fría, todos estábamos allí disfrutando como
niños en una piscina y para remate, la comida a base de una gran paella ( no sé si había más comida, Jandrín y
Dani nos dirán), puso un buen broche a esta aventurilla por los montes de Pola
de Laviana.
Bueno
amigos, hasta aquí nuestra aventura por Pola de Laviana, espero que os haya
gustado.
Otro
día, más, pero no mejor, porque será imposible.
WILLY
sábado, 3 de agosto de 2013
ENTRE LAGOS Y TEITOS
El sábado 20 de Julio salí con la Nenina
a rodar por caminos diferentes a los habituales, fuimos a Somiedo.
Un pequeño grupo de amigos de la zona,
crearon un grupo tipo los Repechinos, pero mucho más pequeño en número (pero por algo se empieza, seguro que
cuando el Playu y Mr. 43 eran “jóvenes” los Repechinos no eran tan numerosos
como hoy en día).
Con poco más de un año de andadura,
decidieron enseñar a los demás aficionados al BTT, los caminos y paisajes más
bonitos de la zona y decidieron realizar el I Btt La Rosca.
En un día soleado, nos reunimos en la
entrada del camping, unos 70 u 80 aficionados a la bici de montaña, entre los
que había varias chicas, entre ellas la campeona de España.
Salimos del centro de Pola de Somiedo
y tras unos metros por una camino cojimos la carretera que nos llevaría tras
llegar al embalse de La Malva, a empezar a calentar las piernas, subiendo hacia
el pueblo de Endriga.
Esta primera zona, fue un poco
aburrida, porque era toda por asfalto, pero aquí ya el pequeño pelotón se fue
estirando mas de lo deseado, y la Guardia Civil nos reagrupó pues no podía
haber más de 1,5 Km .,
entre el primero y el último de la prueba para poder ir por una carretera
abierta al tráfico.
Una vez en Endriga, ya empezaron las
primeras rampas duras, y recorriendo un entretenido camino, llegamos a
Saliencia.
Allí, cruzamos la carretera y con los
ánimos de los vecinos y desoyendo los consejos de los viejecillos que nos
decían que abandonáramos ahora, empezamos a subir las rampas más duras del día.
El sol ya calentaba fuerte, y los
andariegos ya eran multitud. San 36 cumplió bien, pero la subida era muy muy
larga y hubo que parar a coger algo de aire un par de veces.
A media subida, ya empezamos a ver las
primeras casas de techo vegetal típicas de la comarca somedana, los teitos.
La braña es una zona donde se agrupan
varias de estas cabañas, donde los antiguos ganaderos pasaban los veranos con
su ganado. Como la cuesta es tan pronunciada, está hormigonada, porque sinó ,
en época de lluvias, el agua arrastraría toda la tierra y no podrían circular
ni los tractores.
El hormigonado no se acababa nunca, lo
que implicaba que la subida seguía y seguía hasta lo alto de la montaña.
Cuando nuestros neumáticos volvieron a
pisar la tierra, sentimos un alivio, creyendo que la cuesta sería mas
llevadera, pero así y todo, todos seguíamos rodando “con todo metido”.
En este “pequeño pelotón” había de
todo en cuanto al nivel de los participantes. Algunos muy muy buenos, y también
bastante jóvenes que tenían fuerzas para dar y tomar. Gente con bicis de todos
los tamaños de rueda, y bicis de muuuuuucha pasta ( pero sigue imperando el
dicho del Playu, de “lo importante ye el indio, no la flecha). Hombre, la
verdad es que los que iban adelante, no llevaban bicis del Carrefour, pero
muchas de marcas importantes y materiales ultramodernos rodaron por detrás de
la Nenina.
No era una marcha competitiva, pero
había que dejar bien alto el maillot Repechín, así que tras los muy buenos y
los buenos, allí estábamos siempre la Nenina y yo picando a la puerta.
Pero sigamos con la ruta. Tras esta
laaaaaaaarga subida, estaba el primer avituallamiento.
Fruta, agua, galletas, roscas
somedanas y demás viandas fueron bien recibidas tras el duro esfuerzo.
El paisaje era impresionante. Veías
casi todas las montañas de la zona, más bajas que tú, y eso te daba una
sensación de poderío, porque parecía que habías derrotado a la ascensión y ya
estabas en lo más alto. Craso error.
Rodeados de las típicas vacas de la
zona cuidadas por los valientes perros mastines, seguimos la ruta.
Torrestio era el siguiente pueblo por
el que pasaríamos, y los organizadores nos advirtieron del peligro que
entrañaba el descenso hacia el pueblo.
Seguimos casi cresteando por lo alto
de la montaña, pero siempre el camino “picaba” hacia arriba. Seguimos por el
Camin Real hasta la Braña de la Mesa.
Las praderías que hay aquí son
inacabables, y la cantidad de ganado que las puebla en estos meses de estío,
también es muy grande, sobre todo vacas, caballos y cabras, todos bien
vigilados por los perros con sus enormes collares de pinchos “por si los
lobos”.
Cansados de seguir subiendo, el camino
se nos hizo más llevadero al llegar a una zona con pequeñas cabañas redondas,
todas ellas construidas con piedras, incluso el techo, que servían para
resguardarse de las inclemencias del tiempo, son lo que aquí llaman Corros.
Cuando creíamos que el descenso nunca
llegaría, por fin, el camino empezaba a descender. Era ancho, pero con mucha
piedra suelta, y algunas roderas importantes de las pasadas lluvias. La gente
empezó a bajar, cada uno a su ritmo, y el que lo sobrepasó, dio con sus huesos
en el suelo, dando trabajo a la ambulancia que estaba en Torrestio.
Aquí, la Nenina y yo, “conservamos”, y
solo nos pasaron 4 ó 5 ciclistas.
Cuando llegamos al pueblo, nuevamente,
los más ancianos nos miraban asombrados y nos decían que ahora empezaba lo
“bueno”.
Un poco cansados de la tensión de la
larga bajada ( claro, los Repechinos no estamos acostumbrados a bajadas de más
de 2 minutos), empezamos a subir por una pista ancha hacia el alto de la
Farrapona.
El camino siempre era en subida, y
como toda subida que se precie, cuando más recorres, y menos te queda para
llegar a la cima, más dura se hace.
Aquí, volvimos a recuperar “nuestro estatus”
entre los “panchinos”, y adelantamos a varios compañeros.
La verdad es que San 36 nos volvió a echar
“una buena mano” y tras coger nuestro ritmo, llegamos al alto de la Farrapona,
más “cocidos y más rojos” que las gambas de una paella ( yo por lo menos).
Una pequeña bajada nos llevaría al
segundo avituallamiento, al lado del primero de los lagos de Saliencia, el Lago
de La cueva.
El goteo de participantes fue largo, y
el viento que soplaba hacía que estar un poco resguardados, hiciera más
llevadera la espera.
Reparaciones mecánicas, y cambiar el
color pálido de algunos compañeros, y rellenar un poco nuestros estómagos, fueron los trabajos más destacados.
Aquí, empezamos a subir nuevamente.
Para mí, la parte más bonita de esta zona. Una subida “entretenida”, con piedra
suelta, donde la pendiente volvió a poner a cada uno en su lugar.
Tras pasar al lado de la antigua mina
de hierro y tras coronar y dejar atrás el Lago Cerveriz, enfilamos la larga
pradería que se extiende a nuestros pies y lega hasta el horizonte.
Nuevamente, la vista nos engaña, y lo
que parecía llano, vuelve a tirar ligeramente hacia arriba.
Al final, ya vemos la bajada y el Lago
del Valle se distingue en la lejanía.
Aquí empezó otra zona que no me gustó
mucho, un camino muy estrecho, y con mucha piedra suelta nos bajaría hasta el
mismísimo lago, lástima que tuviéramos que hacer toda la bajada con la bici al
lado, porque ni Janjun ni Yeloqhay en sus mejores sueños, bajarían por aquel
camino. De hecho, las cabras pastaban con arneses incorporados y cascos de
seguridad.
Una vez llegamos al Lago del Valle, ya
nos las prometíamos muy felices. “Todo bajada hasta Pola de Somiedo”, creíamos.
¡¡¡Pobres infelices!!! Aún nos quedaban otro par de repechos de los de sentarte
en la pica del sillín y doblarte encima del manillar como merucos en un
anzuelo.
Después ya si, todo hacia abajo,
pasando cerca de Saliencia por un camino muy entretenido y siempre bajando.
Zonas de sol, otras de sombra, caminos estrechos y cruce de algún charco gordo
y hasta de un riachuelo, nos hicieron llegar hasta el pueblo de Soto, donde
cojimos la carretera y enseguida llegamos a nuestra meta, otra vez en Pola de
Somiedo.
A la llegada, servicio de limpieza de
bicis, (que hacía bastante falta, aunque el sol apretaba, había zonas con
barro), y como guinda, un servicio de masajes.
La comida, pasta y caldereta de carne
nos hicieron reponer las fuerzas perdidas. Sorteo de regalos ( un montonazo),
estancias, comidas, productos para la bici y para el ciclista, remataron la
comida, que tuvo que acabar antes de lo previsto porque unas nubes se acercaron
rápidamente y descargaron encima de los participantes una buena cantidad de
agua, que hizo que todos refrescáramos tras la bonita etapa.
Bueno, nada más que contar sobre
nuestra aventura en Somiedo, solo agradecer a todos los que colaboraron en su
organización y a todos los comerciantes que donaron productos para que ésta
fuera más llamativa.
Nos vemos en la II Rosca de Somiedo.
WILLY
Suscribirse a:
Entradas (Atom)