martes, 10 de enero de 2017

¡¡¡¡¡¡ A LAS TRINCHERAS!!!!!

Primera ruta del año. Primera ruta con los Repechinos.
¿Qué es el día mas frío del año?, ¿Cuál es el problema?.

Cualquier ser normal, con dos dedos de frente, optaría por una ruta cercana a la costa, por aquello que dicen que el mar es un regulador térmico y que cerca de él, las heladas son menores, pero eso no cuenta en el mundo Repechín.
¿Qué las gaviotas van con bufanda por la playa y las palmeras del parque Isabel la Católica están blancas en vez de verdes? Pues los Repechinos eligen una ruta por el interior.
¿Qué ruta escogemos?, Pues una que vaya con nuestros genes, las peleas, los ataques, las guerras…..
Vale, ya está decidido, vamos al Frente.
¿Al Frente?
Si, al Frente del Nalón. A la zona de las trincheras de Candamo.
El camino hasta nuestro punto de salida, se “adivinaba o imaginaba”, porque ver, lo que se dice ver, no se veía un palmo delante de los morros. La niebla se podía cortar con un cuchillo, y lo poco que se podía ver, la cuneta, estaba blanca como si hubiera nevado.
El termómetro del coche no llegaba a 0º ni animándolo, aunque lo peor fue cuando nos bajamos.

 ¿Estamos metidos en una nevera?, ¿Qué pasa aquí?.
El frío era increíble, te calaba hasta los huesos y los dedos eran más torpes de lo habitual al montar las bicis.
Ni un alma en las calles, solo cinco locos con sus bicis.
Mal que bien, empezamos la ruta.


Mani, el Playu y yo abríamos la ruta, temblando más que pedaleando.
A mí, ya me extrañó, que la ruta empezaba “bajando” hacia abajo. 500m y paramos. Nos falta Turonman y Yeloquehay que son los que controlan los gps.

Vuelta al punto de salida donde nuestros compañeros nos esperaban riéndose. ¡¡¡¡¡ Habíamos empezado la ruta al revés ¡!!!!!
Decididamente, el manejo de los gps no ye lo nuestro.
Uno de nuestros propósitos para este año es ir a un cursillo para aprender a manejar estas máquinas infernales.


Bueno, la ruta empezó, ya todos juntos y en la misma dirección. Nuestras ruedas pisaban barro, pero no se manchaban. Pisaban hierba, pero ésta no se doblaba a su paso, pisaban agua y no chiscaban. Todo estaba congelado.
Dudé en el título de esta crónica. También pensé en “La ruta de la cebolla”, porque al empezar, más que pedalear, queríamos llorar, y porque teníamos más capas de ropa encima que una cebolla, pero viendo que el título podía llevarnos a la rima fácil…….
Bueno, a lo que vamos, frio para dar y tomar, el paisaje…… estar, estaría, pero ver no veíamos ni torta. Poco a poco empezamos a subir (como siempre), pero ni la ropa ni las bufandas ni los guantes de skí sobraban.
Los metros positivos se acumulaban en los gps y se empezaba a intuir que “allí arriba”, encima de las nubes, debía de lucir el sol.


Sube, sube, sube, y dejamos las nubes y el hielo bajo nuestros pies. El sol ganó la batalla a las nubes, pero el frío seguía presente, y una vez en las inmediaciones del área de la Degollada, nos acompañó una “brisilla” que no nos dejaba estar quietos ni para que las fotos no salieran movidas.
El paisaje, impresionante. Un día despejado en que solo nos faltaba Camilo el de Mochileros para explicarnos todos los montes que podíamos ver.



Un poco más cerca, a nuestros pies, los restos de lo que fue en su día, una de las zonas más castigadas del Principado en la guerra, El Frente Del Nalón.


Cientos de metros de trincheras, nidos de ametralladoras, bunkers, blockouts (que yo no me aclaré lo que eran), zonas de vigías, polvorines… se extendían por la ladera de la montaña y por las zonas de más visibilidad sobre los montes cercanos, por los que se suponía “vendría el enemigo”.




Varias rutas nos enseñaban el pasado “bélico” de la zona, y como era de esperar, los Repechinos las “pedaleamos”.


Alguna nos gustó más que otra, y alguna, más que verla, la “adivinamos” o nos la “imaginamos”.




Cortafuegos, “pateamos” alguno, aerogeneradores, pasamos al lado de……. “miles”, y como siempre que los Repechinos nos “guiamos” por gps, no sabemos cómo, pero aparecimos “a tiro de piedra” del Gorfolí.




Algunos ya queríamos ir hasta él y volver a casa en tren, pero ante las insistencias de Yeloquehay de que el Gorfolí no le traía “buenos recuerdos”, decidimos seguir pedaleando por las trincheras.


A media ruta, y en una de las pocas bajadas de la ruta, una torre de alta tensión ponía fin al camino.
Dos opciones nos esperaban, una, dar la vuelta y admitir que no sabíamos dónde estábamos, (impensable en un hombre, y menos en un Repechín), y dos, “tirarnos al monte” como vulgares cabras hasta llegar a una zona “ciclable”, que suponíamos estaba……. allí abajo.
¿A que no sabéis cual escogimos? ¿ O sí?.




Jugándonos “un poco” el bigote, porteamos como pudimos las bicis y llegamos hasta una zona ciclable.





A medida que los caminos nos llevaban al final de la ruta, el sol lucía con menos fuerza, y los paisajes blancos de la helada de la noche nos empezaron a acompañar.
Barro había mucho, pero salíamos de las caleyas, impecables, ni una gota de suciedad, Todo estaba congelado. Una bañera que encontramos llena de agua para que bebieran unos caballos, tenía una capa de hielo de más de un centímetro.


Hacer “aguas menores” hubiera sido un trabajo difícil hasta para el mismísimo Nacho Vidal si nos hubiera acompañado, así que para unos simples “mortales del montón”, como nosotros…….
San Román de Candamo apareció bajo nuestras ruedas. Fresas, la verdad es que no vimos una en toda la ruta, pero cuestas, este pueblo tiene…… pa aburrir.
El centro de Interpretación de la Cueva de Candamo, estaba cerrado, pero la ruta viendo la arquitectura local, explicada por Mani, mereció mucho la pena.



Un poco de asfalto, que pisamos “ida y vuelta”, porque no era la ruta, nos acercaba al final de nuestra aventura, no sin antes parar a ver un circuito de motocrós donde varios pilotos estaban entrenando, y alguno daba unos saltos que nos dejaba con la boca abierta.
“Ahora cae seguro, espera, que ahora cae seguro….” Decía alguno, y otro decía…. “Y si entramos nosotros al circuito con las bicis pa enseñar algo a estos panchinos?”
Y así, entre risas y cachondeo, nos fuimos acercando a nuestro punto de salida.
El sol pegaba ahora, suave, pero nos parecía un regalo de los dioses.


Como entre las fotos, las risas, las búsquedas de la ruta adecuada, y demás retrasos, se nos había pasado la hora de comer, quedamos a “meternos entre pecho y espalda” unos menús calentitos que nos hicieron volver la circulación sanguínea a nuestras manos y a nuestros pies.
Y así acabó la ruta.


Bueno, para algunos.
El coche de Yeloquehay , a los 100 metros de carretera, empezó a decir que se “sobrecalentaba el motor”.
La carcajada que echamos se escuchó seguro hasta en llanes. ¿Cómo se iba a calentar el motor con aquel frío que volvía a atacar?
Como dice la Ley de Murphy, “si algo puede ir a peor, irá, seguro”.
El único sitio para poder parar, una zona en la que no había pegado el sol en una semana. Las heladas caían una encima de otra, y allí estábamos Yeloqueahy y yo, en la calle y con el capó del coche levantado mirando el motor, como quien mira un cohete espacial.
“¿La trócola tiene aceite?, Si
¿El chistófano está centrado?, Si
¿El distrofiador de flujo chispea?, Si
¡¡¡¡ Coño, porque no funciona esto? ¡!!!
Allí estábamos Yeloquehay y yo, mirando uno para otro, cuando salió a relucir el espíritu “de grupo” y de “colaboración”, de compañerismo, y de “no abandonar al compañero con problemas” de los Repechinos.
Turonman, al vernos en la cuneta congelada, nos “ayudó”, diciendo… “no puedo quedar a ayudaros, que me acaba de saltar la alarma de móvil, que los críos están intentando piratearme el control de seguridad de internet y acceder a mis “webs particulares”.
El Playu, nos “acompañó” cinco minutos más. Al ver que empezábamos a temblar como si el parkinson se hubiera apoderado de nuestros cuerpos, dijo “voy a ver si viene la grúa, ya os aviso, hasta luego “.


Y allí que quedamos nosotros más solos que dos pingüinos en el desierto.
Pero lejos de acabar nuestra aventura, lo mejor estaba por llegar.
La grúa llegó, aparcó en el carril izquierdo y bajó la rampa para subir el coche, sin señalizar nada, solo con los intermitentes. Nosotros abríamos los ojos como platos, y creo que empezamos a rezar “que no venga ningún coche, que no venga ningún coche”, porque sinó subiría por la rampa como el Coche Fantástico y echaría a volar.
Por puro milagro, ningún coche vino, pero cuando creíamos que ya estaba todo bajo control, el “tal Murphy” nos tenía reservada más sorpresas.
La carretera hasta Avilés no tiene una recta de más de 50 metros, pues allí que estábamos Yeloqueahy y yo mordiendo los cinturones de seguridad de la grúa, porque el gruista conducía como “poseído”.


Debía ser familia de Calamardo, el amigo de Bob Esponja, porque hacía cinco y hasta seis cosas a la vez.
Conducía, llamaba por el móvil, tomaba notas, nos enseñaba rutas para la bici, cambiaba de marchas y hasta leía los datos del coche para decirselos al seguro.
Ni que deciros que mis dientes y las uñas de Yeloquehay quedaron grabadas para siempre en aquellos cinturones de seguridad.
Cuando por fin, bien entrada la noche, llegamos a casa, no nos lo podíamos creer. ¡¡¡ En casa sanos y salvos ¡!!!!
Pero bueno, el balance final de la ruta , como no podía ser de otra forma cuando se juntan unos cuantos Repechinos, fue súper positivo. Mereció la pena el frío de la mañana para descubrir esta zona de Asturias tan castigada en la guerra.
Como siempre, un placer rodar con los Repechinos.
Un saludo a todos y nos vemos en la caleya.



WILLY